mayo 25, 2005

Cuarto intento: la décima

Tony Levin - I cry to the dolphined sea [1995] 5'41''
OSI - Hello, helicopter! [2003] 3'43''
The Creatures - Don't go to sleep without me [1999] 2'33''

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Páginas falsas, IX [Sin título]
No es fácil contestar a un amigo las mismas preguntas que me hago, con otras palabras, al pensar en la sociedad: ¿cómo se conectan realidad e historia? ¿cuál es el propósito de registrar historias? ¿cuál es la diferencia entre Historia [con mayúscula] y una historia? ¿es necesario apegarse a la verdad, sobre todo? ¿es posible mentir con conocimiento de causa? ¿o es fundamental reinventar el mundo? Habría que empezar, entonces, con un axioma: la realidad existe, pero es irreal; es, al igual que Dios, una invención, una idea. Las historias, en cambio, son mundos posibles, y su conexión con la «realidad» es del grosor de un hilo. Esta percepción puede llegar a ser desoladora: «constantemente lucho contra la idea de que lo que hago no tiene sentido, de que mi existencia y la de la humanidad son insignificantes; eso minimiza todo», diría Robert Smith, aunque no debería hacerlo: la música, la literatura, el cine, el arte, la ciencia, nos permiten asomarnos a esos mundos reales y tejer historias con un propósito evidente: arroparnos; de ficción, es cierto, de belleza, pero también de eternidad. Hay, en este punto, dos formas de perpetuarnos: en los genes de nuestra descendencia y en sus conversaciones, o en las páginas de la Historia. Pero, ¿de qué Historia estamos hablando? ¿quién se había puesto a pensar en toda esa gente que, preocupada, con razón, por subsistir, no aparece en la Historia? Ahora su vida cotidiana es, precisamente, la que investigan los historiadores, tal vez para escribir una versión real de la Historia. Las dudas, sin embargo, se multiplican: ¿qué hay de todos esos actos que no fueron archivados o de los que, documentados, fueron destruidos? Y los vestigios, ¿son suficientes para armar una historia terrenal? ¿cuántas de esas piezas son falsas o inexactas? El historiador busca la verdad, y al hacerlo monta una estructura argumental conveniente que, bien armada, configura una verdad. «La verdad histórica no es lo que sucedió, es lo que juzgamos que sucedió», ha escrito Jorge Luis Borges. Por eso, mentir no es más que construir una falsa verdad, un referente, una historia en la que cada secuencia debe concordar para que, en conjunto, se erija en un hecho verídico. Pero una pregunta final derriba este mismo razonamiento: ¿quién podría creerle a un falsificador?

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